Cuantas horas nos hemos pasado las futuras madres soñando de qué sexo será nuestro bebé.
¿Será niño?
¿Será niña?
Hoy en mi familia esperamos la llegada de un nuevo miembro, mi hermana está ya en el hospital preparada para la llegada de su pequeño Leo, mi ahijado. Estamos todos nerviosos, pero sabemos desde hace mucho que será un varón.
Me imagino a mi madre esperando cada uno de los nacimientos sin saber el sexo del bebé, con varios nombres elegidos, con ropita unisex.
Hoy quiero contaros que en el Antiguo Egipto los niño/as se consideraban un tesoro, eran esperados con muchas ganas y las niñas eran muy apreciadas, a diferencia que en otras culturas. Los embarazos entrañaban muchos riesgos y se protegían con amuletos y cuidaban más de su salud.
Las embarazadas no eran cosideradas enfermas, y no las veía un médico, sino una comadrona.
Las mujeres egipcias, como todas nosotras, querían averiguar el sexo del bebé y se han encontrado recetas como la que nos
muestra un fragmento del Papiro de Berlín:
“Pondrás cebada y trigo en dos sacos de tela que la mujer regará con su
orina cada día, y también pondrás dátiles y arena en los dos sacos. Si la
cebada germina primero, será un niño; si el trigo lo hace antes, será una niña.
Si no germinan ninguno de los dos, la mujer no dará a luz”.
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